sábado, marzo 21, 2009

La maldición de ser inquilina

En momentos como este, no hago otra cosa que pensar en la placa de la publicidad del Banco Hipotecario: DUEÑO.

Que lejos estoy de esa condición! Por ahora, o para siempre, califico como inquilina: individuo al que le sustraen una suma seudo injusta una vez por mes para habitar un inmueble que no le pertenece.
Recuerdo que los primeros días de habitante, quería hacer de todo: cambiar la grifería, los muebles de la cocina, pintar... hasta que entendés que todo lo que hagas se lo dejas a Mabel (perdón, quise poner al dueño). Y después, te acostumbras a las mínimas, pequeñas y tolerables fallas que antes te convertían en una obsesiva-compulsiva sin remedio.
Con el tiempo, claramente, empiezan a pasar cosas. Mis invitados se vivían tropezando con una madera suelta del living: el hombre de la calefacción llegó a la conclusión de que el parqué se infló por la loza radiante. Me negué rotundamente a que le hiceran algo a mi piso: "No sé señor, esto lo arregla con el próximo inquilino; conmigo viviendo acá, usted no hace nada".
A medida que pasaban los meses, el piso bajó y todo volvió a la normalidad.

Peeeeeeeeeeero ahora, se me cae un poquito el techo. En realidad se descascara la pintura. "Miré Mabel, no se que piensa usted pero a mí me vienen a pintar el techo de vuelta. Odio levantarme y que lo primero que veo sea la pintura del techo cayéndose". El pintor vino, pero su solución fue muy simple: "Pasa que el del 9º tiene problemas de humedad, antes de pintar, arriba tienen que arreglar". Ahora, debo ponerme en forra con el vecino del 9°, el encargado, y Mabel, esa extraña y anónima mujer a la que debo poner en tema sobre todo lo que acontece en SU inmueble.

Es cierto que estas cuestiones son inherentes a los inquilinos que recién estamos aprendiendo a convivir solitos, sin mami que se ocupa de los quehaceres del hogar. Pero hubiera preferido un vecino medio ruidoso, a un techo que se despinta de a poco...

viernes, marzo 20, 2009

Los mejores piropos que te puede decir una mujer (sin rozar el lesbianismo)

1. Qué lindo que tenes el pelo!
2. Estás más flaca
3. Lo ví a tu ex y está más gordo
4. Ví a la nueva novia de tu ex: es horribla
5. Que buena esa/ese/esos/esas remera/pantalón/zapatos/carteras que te compraste! D dnd son?
6. Che, me parece o tenés más busto ahora? (Versión polite de "te crecieron las tetas")

martes, marzo 17, 2009

¿Sweet? Dreams

Mi mami siempre me dijo dos cosas referidas a los sueños: la primera, que nunca relatara una pesadilla si aún no había desayunado. Y la segunda, que nunca iba a poder recordar con total precisión los sueños porque a medida que pasaban las horas, mi consciente eliminaba los vestigios de su archi némesis, la inconsciencia.
Nunca comenté una pesadilla sin antes haber tomado un sorbo de café o deglutido un par de galletitas. Pero la segunda premisa materna, nunca fue totalmente cierta.
Hace mucho años, cuando tenía 11, soñé algo horrible. Me veía a mí misma sentada en el borde del andén del subte de la Línea A, Estación Loria. El subte se acercaba, más y más y yo nunca atinaba a levantarme. La gente gritaba del anden de enfrente y trataba de hacerme entrar en razón. De mi lado, estaba sola. Nadie podría haberme tirado para atrás. Cuando el vagón se hizo real, me desperté llorando. Recuerdo con increíble exactitud toda la secuencia e incluso, el número del vagón, "685".
La segunda pesadilla, la de mi adolescencia adulta, fue hace algunas semanas. Estaba en un galpón del conurbano bonaerense (Lomas de Zamora, precisamente) presenciando un requisa policial para retirar el cadaver de una menor que fue brutalmente violada y asesinada. Eran las 4 am y era la única civil allí presente. De momentos, me empieza a faltar el aire y siento que me desmayo. Por ósmosis o vaya uno a saber porqué, tenía la completa certeza de que los renponsables de semejante atrocidad, eran nada más y nada menos que los oficiales con los que me encontraba analizando la escena del crimen. Todos me miraban y mis piernas estaba congeladas, como unidas al piso. Mientras, el cuerpo sin vida de la muchachita me miraba, inerte, desde el suelo, de donde nunca se había movido. Sentí un golpe en la espalda cuando me desperté. Sin llorar, pero con un dolor indescriptible, amanecí con la sensación de que mi cuerpo se había olvidado de respirar.
Esa mañana nunca hablé del sueño. Temía que mi mamá se hubiera equivocado y que en realidad no debería hacer pública mi historia hasta dentro de muchos desayunos futuros...

martes, marzo 10, 2009

Cuestionamientos idiotas

Si la Policía está "Al Servicio de la Comunidad" y un día no me para el bondi, ¿le puedo decir que me alcance hasta mi casa?